jueves, 18 de febrero de 2010

NOCHE DE ALCARAVANES
El Cusco sin turistas…
20 años después.
Marco V. Santos DLG.
Hoy 19 de febrero del 2,020 amaneció como todos los días. La población de la región y de todo el país ya se acostumbró a su nuevo modus vivendi. Atrás quedaron los días de alegría y holgura económica propiciada desde hace más de 50 años por la presencia del turismo extranjero en demasía y el nacional que nunca faltaba, que se recibía por conocer el legado de los ancestros del imperio incaico.
Hace 20 años aproximadamente la totalidad del patrimonio arquitectónico del departamento del Cusco y sus provincias, con tantos lauros y premios de primer nivel, importancia, valía y reconocimiento mundial, fue objeto de los embates de la naturaleza a raíz de calentamiento global y las obras viales mal planificadas y construidas que ocasionaron que los ríos, riachuelos y lagunas se salieran de sus cauces y de sus hoyas, destruyendo terrenos de sembrío, carreteras, vías férreas, arrasando poblados grandes, medianos y pequeños con sus habitantes y animales de pastoreo y crianza menor incluidos. En ese entonces y con meses de anticipación se sabía de los daños que causarían los fenómenos de la naturaleza como consecuencia del cambio climático global, empero ni autoridades ni pobladores hicieron caso a las amenazas y a las voces de alerta.
Lo que agravó la pena, sufrimiento y desmadre de los propietarios de las grandes empresas hoteleras nacionales y transnacionales, de restaurantes, de transporte turístico carretero y ferroviario, de comercialización de artículos como ropas de lana de alpaca y de vicuña, de objetos y adornos de orfebrería, platería y alfarería, fue la desaparición de poblados como Zurite, Limatambo, Huacarpay y de Aguas Calientes, que fueron borradas del mapa (siendo esta última por haber sido construida en una zona peligrosa debido a la ambición y negligencia de todos sus pobladores que, de ex empleados de la empresa inglesa de trenes Peruvian pasaron a ser empresarios del rubro turístico), pueblos que ahora son los modernos Ranraircas del Perú; de igual modo por la destrucción de los muros de Saqsayhuamán, asimismo de Qenqo, Tambomachay, Moray, Pisac y Ollantaytambo, que ahora son solo ruinas y montones de piedra, por no haber sido protegidas técnicamente, no obstante que instituciones hoy inexistentes, efectuaban cobros exuberantes por el acceso de los turistas a estos lugares históricos. Hoy el pasto, la maleza y la mala hierba ha enterrado todo el legado inca, talvez a la espera de la llegada de Iran Binghan reencarnado que buscará en los escombros y no encontrará las joyas de los entierros religiosos para llevarse a la universidad de Yale en EE.UU. sin que nadie atine a reclamarlos.
Pero lo que sigue causando dolor mundial, calvario general, martirio total, aflicción nacional, desconsuelo racional y congoja popular, que no desaparecerá por centurias, por más que sus principales autoridades responsables por negligencia se encuentren con cadena perpetua en la cárcel de Quencoro, es la destrucción total (más perjudicial que el terremoto de 1950 que azotó al Cusco) ocasionada por las salidas de las aguas torrentosas de sus cauces madres de los ríos Saphy, Choquechaca, Tullumayo, Chunchulmayo y Quenqo Mayo, que llevaron huaycos con lodo, piedras, desmonte y basura, arrasando los barrios, calles y avenidas como, Nazarenas, Ruinas, Pampa del Castillo, Saphy, Cuesta del Almirante, Suecia, Plaza Mayor, Av. El Sol, Tullumayo, Arequipa, Loreto destruyendo el Museo, templos como la Catedral, la Compañía, el Paraninfo de la UNSAAC, Plaza Mayor, plazoletas y alamedas y otros de importancia y valía colonial.
Es un secreto a voces el arrepentimiento general, el pesar permanente y el remordimiento que traslucen todos los involucrados en el rubro del turismo por haber maltratado diariamente a los turistas nacionales, en el cobro por alojamientos, alimentación y transporte, especialmente a las promociones escolares que retornaban a sus lugares de origen si visitar ni conocer el Cusco y sus maravillas, simplemente por que no habían pasajes en los coches que llevan el nombre de la persona que saqueó Machupicchu.
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