miércoles, 24 de marzo de 2010

NOCHE DE ALCARAVANES
Perú – Argentina
Poca dignidad, mucho latón
Marco V. Santos DLG.
La presidenta argentina Cristina Fernandez de Kirtchner, lejos de constituirse en su territorio soberano de las Malvinas y reclamar in situ a los colonialistas británicos por su nueva invasión a éstas islas en claro afán de buscar petróleo y gas, con el aval de la ONU, la OEA, el TIAR y otras instituciones de vida anodina, insulsa y genuflexa para los intereses de las grandes potencias, se presentó en Lima, dizque en visita de desagravio, que más parecía desfile de modas que dejaban boquiabiertas a las damiselas de la capital, que don Ricardo Palma llamó “el burdel más grande del mundo”, y en menos que cante un gallo fue condecorada con medallas y preseas de oro del Grado de Gran Cruz del Parlamento, del Sol de San Martín, se le entregó las llaves de la ciudad, el mejor pisco peruano, las mejores rosas amarillas, faltando únicamente que se le entregue la piedra de los doce ángulos, el plano de ubicación del Paititi, una foto calato de Crousillat y la calavera de Pizarro, haciéndonos colegir que tanta condecoración y arrobamiento se le hace en agradecimiento al dictador Leopoldo Galtieri que para no seguir sufriendo el escarnio de los gurkas sobre sus tropas, permitió que pilotos peruanos al mando de una escuadrilla de aviones Mirage 2000, utilizando misiles Exocet hundan el portaviones Shefield, con el que los colonizadores británicos venían bombardeando a las tropas gauchas en las Islas Malvinas, mal llamadas por los ingleses como Falkland. El agradecimiento y reconocimiento a que mencionamos jamás se dio, ni por la dictadura ni por los gobiernos democráticos de ese país. La actitud franca y leal del presidente Fernando Belaúnde de ese entonces, pinta de cuerpo entero a nuestra nación, que no necesita de medidas hipócritas que no nacen del corazón y de la misma conciencia.
Empero esta falta de gratitud política y militar de los gauchos para con el Perú, queda como una zapatilla vieja, al enterarnos que el siniestro presidente peronista Saúl Menem en plena guerra sostenida por el Perú con los ecuatorianos, con el agravante de ser garante del Tratado de Río igual que sus congéneres chilenos, vendieron miles de toneladas de armas, munición y pertrechos a los quiteños, demostrando la nula e inexistente hermandad latinoamericana y lealtad que los lazos históricos obligan a respetar. Esta actitud del gobierno argentino de ese entonces dio visos de ser investigada, pero nunca concluida ni sancionada penalmente, situación judicial de la que los peruanos estamos al tanto.
La gratitud y dignidad de los peruanos como la de Grau con los chilenos, la de Castilla con los ecuatorianos, la de Belaúnde con los argentinos y tantos otros, puede llegar a ser considerada como doblegación o sojuzgamiento ante el temor de la ignominia y la muerte. No es bueno ni recomendable el exceso en estos menesteres, por cuanto está en juego la dignidad de los hombres y de las naciones.
Se forraron de medallas de latón bañadas en oro los vestidos y blusas caras de la presidenta visitante, se le humedecieron los ojos hasta el punto de ponerse a llorar, se emocionaron las autoridades y causó la alegría al pueblo abúlico, se escucharon los aplausos de los congresistas agraciados que olieron de cerca sus perfumes, los discursos fueron fluidos y hacían apología al hermanamiento de los pueblos, los fotógrafos y periodistas se enredaban en sus cables y la banda de músicos tocaba los himnos patrios con solemnidad. Llegó el momento de su retorno, dejando tristes a los anfitriones que se quedaron sin fanfarria ni ceremonias, sin medallas ni brindis de pisco sours. Solo llevaban en sus oídos el eco de su voz y en el bolsillo del alcalde de Lima, la figura de un caballo de onix comprado en el aeropuerto de Buenos Aires. Pero nadie escuchó a la presidenta Fernández pedir enfáticamente perdón por el baldón del gobierno de Ménem.
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