miércoles, 3 de agosto de 2011

LA OCTAVA PASAJERA

En medio de la eclosiòn patriòtica del 28 de Julio del presente año en el que el jòven ex militar y lider nacionalista asumìa la Presidencia de la Repùblica por voto y designio popular democràtico universal, ante la presencia de mandatarios latinoamericanos y europeos, la expectativa del gran auditorio internacional y la emociòn de todos los peruanos que ansìan un gran cambio y lucha frontal contra la corrupciòn generalizada enquistada en todos los recovecos del estamento estatal y pùblico, hizo su apariciòn de entre las curules congresales un ser alienìgena, de aspecto humanoide y ademanes grotezcos, que destilaba veneno verdoso por entre sus fauces y espuma a raudales que al caer al piso encerado y mobiliario laqueado, quemaba sus relieves y esparcìa en el ambiente olores a azufre y miasma gasificada, estiraba sus ocho tentàculos sosteniendo entre sus tenazas papeles y cartones que luego se los engullìa. Propios y extraños reaccionaron echandole en el rostro agua de azahar, colocàndole cruces de metal en la insignificante y ridìcula frente, y marrocas de plata en las muñecas. Su cabeza giraba como perilla de puerta a la vez que subìa y bajaba de su curul que en mala hora le asignaron las fuerzas del mal.
Vanos eran los esfuerzos para someter a la bestia extraterrestre, los visitantes miraban asombrados el espectàculo, los congresistas fugaban hacia la plaza màs cercana, las tropas armadas de bazucas tomaron sus ubicaciones, las palomas cambiaron de habitat, las ratas abandonaron sus cubiles, el cielo se nublò aùn màs, aparecieron ventiscas de norte a sur, el caos fue total, peor talvez que el suplicio del gòlgota o la traiciòn de judas a su maestro.
Sùbitamente escondiò el rostro cetrino y mostrò su cadavèrica figura, las corvas eran abultadas cual dorso de esperpentos y gàrgolas pètreas, daba las espaldas a lo que el ente mismo creò y ocasionò.
Durante horas, dìas y semanas se reunieron afanosos los exorcistas y chamanes de todas las religiones y credos, abrieron gruesos libracos, biblias y volùmenes desconocidos escritos en sànscrito, arameo y dialectos numerario intergalàcticos y por fin encontraron la fòrmula para apaciguar a la bestia inmunda; rezaron a sus pies en voz alta, cuyo clamor se escuchaba a siete leguas y traspasaba el ùltimo escalòn del cerro San Cristobal, bañaron de ruda las calles y plazas aledañas y dinamitaron su puesto, convirtièndolo en un montòn de chatarra humeante vomitiva y diarreica.
El remedio dio resultado, santo remedio para calmar sus iras, rabias y furias lascivas y esquizofrènicas. Se escondiò en su guarida por ciento sesenta semanas y cuarenta horas. Durmiò entre ronquidos infernales y bufidos de boa constrictor, en forma imperturbable, casi inanimada y cadavèrica, lo que fue aprovechada por el gobernador de la campiña para rescatar a la prole y a su marido que conformaban su familia, ellos fueron llevados a la posta mèdica màs cercana, fueron bañados y untados con lejìa y kreso para quitarles el estiercol que llevaban entre los poros.
La gente miraba apenada a los congèneres del elemento malèfico, unos pedìan que se les traslade a otras comarcas, otros decìan que se les cambie de nombres, algunos clamaban por su santificaciòn, unos pocos vociferaban por su premiaciòn y condecoraciòn con la Gran Cruz de Malta, de Hierro y el Gran Sol de los Andes, por su estoica vida, por su existencia màrtir y por su inhumano destino.
MARCO V. SANTOS
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