lunes, 15 de noviembre de 2010

ACHO O LA MALDICIÓN DE LOS TOROS

No solo ha quedado en el Perú como fatal designio la herencia de los españoles de rezar sin fé, de hacer procesiones por interés, de tener curas pedófilos y perdidos, de tener cardenales metidos a todo menos a su iglesia y a la recolección de sus ovejas perdidas, del alcoholismo y de la parranda, del amor al ocio y a lo facil, a la retórica, a la demagogia, a la mentira y al engaño, sino que también como medio de diversión de la alta burguesía, de los hacendados y de los terratenientes que apoltronan sus traseros durante horas y horas, engullendo trozos de perniles y pechugas de pato y se bañan con vino tinto, mientras observan la matanza de cornúpetos al más puro estilo del circo romano. Los verdugos de la hazaña dizque son luchadores valerosos que no se asustan ante la arremetida de semejante bestia infernal que osa atravesarles sus cuernos por la orejas y por la entrepierna. Empero estos hombres vestidos de trajes relucientes dorados y multicolores son más cobardes que los mismísimos ladrones que roban su silla de ruedas a las ancianas, o le quitan sus caramelos a los niños de teta, por cuanto el toro lo único que desea es defenderse del ataque artero del hombre pensante, tal como lo hace la cobra del desierto, el puma de las punas o el tiburón de los mares.
Los animales son hermanos menores de los humanos, por que no piensan y actúan instintivamente, mientras unos son hervívoros otros son carnívoros y si matan a sus presas lo hacen para sobrevivir, jamáz por diversión, pasión ni dinero.
El torero entra al ruedo del coso de Acho en Lima habiéndose bebido media botella de pisco, está armado de una capa de color rojo con el que intenta marear a su enemigo, pero tras de ella lleva una espada oculta para emplearla en en el momento oportuno de la traición. Algunos cuadrúpedos atinan en herir y matar al agresor de dos pies, lo cual es loable y renombrable, por que venden cara su existencia y no se echan al primer postor.
El torero es felicitado y condecorado con orejas y rabo por los apitucados de piel blanca y amorcillada con betunes uv contra la radiación, sacan de sus bolsillos y hacen flamear pañuelos blancos como saludo al impío vencedor, estos son de renombre en la ciudad, unos son los dueños de los periódicos de gran tiraje y alto precio, otros eternos congresistas, algunos escritores y novelistas, muchos opositores de la defensa de la vida animal, pero en el fondo son iguales y cortados con la misma tijera del salvajismo y la podredumbre moral.
Mientras en otros países del orbe y de latinoamérica estas matanzas están prohibidas de por vida, en el Perú se sigue dando como evidente atavío del colonialismo ibérico que aún existe. Es pues señal clara que estamos en el quinto mundo, no somos siquiera emergentes, menos la envidia de las demás naciones.
Al rededor de la plaza de Acho en el Rimac está acumulada la miseria humana junto a los basurales acumulados en forma sempiterna, los niños y las viejas se arrastran buscando comida y desechos reciclables y los padres y maridos están alcoholizados en las cantinas de Caja de Agua y al borde del río Rimac.
Saluden pues gente adinerada de lima, congresistas que se niegan a firmar el proyecto de ley para poner fin a este atropello animal y los demás ayayeros de las costumbres de los invasores, con sus pañuelos blancos en alto a los pobres que más tarde lameran la sangre de la arena del coso y a sus paisanos que torean la vida y esperan la muerte artera con la espada traidora del político demagogo, desde los rincones de las calles olvidadas del antiguo distrito del Rimac.
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